Introducción a la presentación de Alonso Gil

Tengo a Quico por uno de los artistas más interesantes, tanto como pintor como escritor.

Nos conocimos a principios de los años noventa y a partir de entonces nuestra amistad se fue compactando hasta que nos vimos embarcados en  los mismos argumentos. Colaboré con él en sus publicaciones El Refractor y más tarde en La Infiltración y sus correspondientes salones;  refractarios  y el del Carbón.  Quico siempre me insuflaba ganas de hacer cosas, me ayudo y me enseño mucho.

Hacíamos viajes con el propósito de avanzar en la monografía, en continuo proceso, que decía estaba escribiendo sobre mi, y nos daba la oportunidad de enredarnos en montones de aventuras de las que la mayoría de las veces salíamos bien. Incansable en sus ganas de acción, siempre lograba entusiasmarme con el montón de ideas que giraban en su  cabeza. Pinte su retrato meses antes de que falleciera.

Mi cabeza está llena de recuerdos imborrables y lo echo mucho de menos.

 

 

La serie de dibujos en los que estoy trabajando para mostrar en Japón tratan las relaciones humanas entre cerdos. Siempre aparecen representados en paisajes sucios y  altamente contaminados donde realizan suaves y tiernas posturas del Kamasutra. El germen de estos dibujos  fue uno en el que una parejita de cerdos bailaban enamorados delante de una refinería. Cuando Quico lo vio quedo fascinado y  a ambos nos sirvió como una referencia para hacer bromas sobre el mundo en general.

 

Alonso Gil

 

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